martes, 22 de mayo de 2012

Minerva


Minerva era una chica felizmente casada o eso creía ella. El marido cariñoso pero tan, tan egoísta que se cree que agotó el amor de su mujer, se fue consumiendo poco a poco, tan imperceptiblemente como cuando hace mucho que no te fijas en alguien y de repente dices “como te creció el pelo”, pues de repente se planteó “si hace dos días me moría por sus huesos, ¿cuándo el abismo que hoy nos separa nos ha empujado en sentidos opuestos?”.

Sólo sabe que se siente triste, sola, tremendamente triste y muy, muy sola, imbécil por seguir ahí – ¿y si me necesita? - piensa ella… y él, libre, cada vez más libre y egoísta, cada vez más egoísta.

¿Su vida?, de casa al trabajo, del trabajo casa.

Llega a casa y siempre la encuentra vacía, no puede hablar con nadie porque prácticamente nunca hay nadie, ya va para cuatro años y de repente…. ¿qué se sentirá llegando a una casa en la que se pueda decir hola y que alguien te conteste?, así que decide quedarse a trabajar hasta que la llamen para preguntar, ¿dónde estás?, ¿todo bien?. Después de argumentar el motivo por el que se había quedado en la oficina y después de escuchar un ¿a quién te estás tirando?, decide irse a casa, y como no podía ser de otra manera, la encontró sino vacía, sí silenciosa ya que el marido enfadado por no encontrarla, se acostó sin esperarla, sin sacar a los perros, sin cenar. Una vez más llegó y al decir hola recibió el silencio acostumbrado.

Como tenía que ser, cansada de ver pasar los años le dice que se quiere divorciar y recibe tamaña bofetada en su dignidad, que sin entenderlo decide continuar, aunque como ya es sabido, la venganza es un plato que se sirve frío, por lo que 4 años más tarde y a las 6 de la mañana recibe un “por cierto, me quiero separar, lo sabes, no?” y por arte de magia y de la noche a la mañana su marido se ha convertido en un marido soltero y entonces ella se da cuenta de que la soledad que creía sentir no era más que una sombra de la verdadera soledad. Y se pregunta constantemente, ¿qué pasó?, ¿cuándo pasó?, y ¿no nos dimos cuenta?, pero…. ¿qué pasó?. Y no es que le pese pero… ¿qué pasó?.

Como casi todo el mundo, ella tiene un amigo, el único que se salvó de la quema… no, no es así, de la quema no se salvó ninguno,  todos se perdieron por no ser del agrado de su marido. Este es nuevo, apareció de repente y poco a poco se fueron acercando. ¿Su nombre? Diego.

¿Cuántas camisas habrá escurrido el pobre Diego después de recoger las lágrimas de Minerva?, cuántas veces se habrá preguntado… ¿por qué no despierta?, ¿es que no se da cuenta?. Comparten alguna comida de vez en cuando, casi siempre cuando ella muy desamparada le llama diciendo… te invito a un vino, ¿estás por mi zona?, ¿comes conmigo?. Diego siempre tan sereno, tan relajante para el nerviosismo de Minerva y tan, tan discreto, midiendo sus palabras, dándole lo que a su entender debe recibir Minerva, calma, paz, tranquilidad. Tranquila, se te pasará –le dice-, un bajón en tu estado de ánimo es normal, los tendrás de vez en cuando, pero es bueno ver que eres conocedora de tu situación y que tú misma dices, bueno mañana se me habrá pasado.

Hoy pensando, le viene a la memoria aquel día en el que compartiendo una comida en la que predominaban las risas, Diego dice algo que a Minerva le recuerda lo que en ese momento está haciendo su marido y rompe a llorar mientras le dice – ¿por qué me lo has recordado?, me has fastidiado la comida con lo bien que me lo estaba pasando… Cuando en la puerta del bar se despiden, ante la sorpresa de Minerva, cuál vulgar bomba oye decir a Diego, "tú lo que tienes que hacer es separarte". Todavía hoy Minerva no da crédito a aquellas palabras que no tuvo en consideración en su momento, pero sobre todo porque contra todo pronóstico se las dijo Diego, tan aséptico como lo creía.

Si fueran más jóvenes y sus circunstancias fueran otras, serían absolutamente inseparables, comparten tantos pensamientos, tantas aficiones, comparten tantas cosas que como no podría ser de otra manera, Diego se va haciendo imprescindible en la vida de Minerva, ella nota como su presencia la serena, nota como escucharle por teléfono la calma. Cuántos ataques de ansiedad ha paralizado un ring-ring de su teléfono tras comprobar que en la pantalla pone Diego.

Y la gran pregunta que tras un año con nuevo estado civil se hace es… ¿por qué con el tiempo te encariñas de otra persona?, una persona a la que te une una auténtica amistad,  y ¿por qué no tuve esto con mi marido?, por qué soy tan libre ahora y antes…, ¿porqué ahora que sé, no soy capaz?, por qué la vida te lo pone delante pero sin lo suficiente para hacer frente y conseguir decir… ¡Por fin!.

Y será que está en su tiempo de descuento y que será cierto aquello de que al hacerse viejos se deshacen los pasos dados al nacer, vuelve a estar en su boca un constante y permanente… ¿Por qué?

1 comentario: