jueves, 24 de mayo de 2012

La elección


¿Quién nos enseña a elegir?
¿Por qué tenemos la oportunidad de equivocarnos, quiero decir, por qué nos hemos de equivocar?. Es evidente que queremos elegir, pero a lo que me refiero es a ¿por qué más de una vez?, con lo que cuesta, ¿por qué lo hemos de repetir?.

Estás enamorado, eres joven y como la “ley exige” tienes que casarte, y no te importa porque estás enamorado.

Van pasando los años y no te das cuenta porque al final la vida se estabiliza y vas consiguiendo incluso más de lo que esperabas en un principio. Tus hijos han crecido con salud, buscan su lugar en el mundo y tú… tú de repente giras sobre ti mismo y no ves nada, te das cuenta de que estás o te sientes solo y además sabes identificar desde cuando. Incluso en eso eres distinto, no todos saben ver el cuando. Hubo un momento en que te sentiste abandonado, no es necesario que fuera cierto, quiero decir que te abandonaran, pero tú así lo viviste y un sordo clic fracturó lo que tenías.

¿Por qué durante 22 años el muro que rodea vuestra vida es indestructible e infranqueable? y de repente… una pequeña grieta permite que entre más luz de la debida, y es esa luz la que permite que veas a una mujer, sí, mujer, porque hasta ese momento veías personas, pero… ¡vaya!, esta mujer me escucha, se ríe conmigo, le gusta lo que me gusta, es atractiva, culta –sobre todo culta- y... ¿se me permite decir que me llena?. ¿Es posible que me haya enamorado?. Rectifico, no lo pregunto, lo afirmo. Me he enamorado. ¡Dios mío!, es maravilloso poder volver a sentir lo que hacía tantos años no sentía. La llamo sólo para escuchar su voz, espero con ansia sus respuestas, nuestros momentos robados a nuestras obligaciones.

¿Por qué el ser humano es tan egoísta?. ¿Quién se encarga de repartir los títulos de propiedad?. ¿Me quieres?, ¿por qué no me dejas marchar?, ¿estás segura de que me quieres?. Yo sólo puedo decirte que te quiero, no, no sé por qué no te amo, pero… ¿cómo no voy a quererte?, nos hemos dado todo cuanto teníamos durante tantos años…

Déjame explicar… déjame ir antes de que nos odiemos… ¿es que no lo ves?, no queda nada, nada digno de ser salvado. ¿Por qué, por qué me impides que pueda volver a ser feliz?, ¿por qué no puedo comprar flores y entregarlas con un beso en la frente y un gracias por existir, por quererme, gracias en definitiva por estar ahí?.

¿Dónde está escrito que una y no más?. ¿De verdad Dios prefiere nuestra infidelidad a nuestra felicidad?. Tendré que pensar que Dios piensa así porque como humano no vivió el mundo de los sentimientos.

Si pudiéramos, si fuéramos capaces de sentarnos frente a frente y hablar.

No nos conocíamos y un día nos miramos y vimos más de lo habitual y poco a poco un hormigueo nos fue inundando hasta hacerse insoportable y es entonces cuando dimos un paso y otro y otro más hasta quedar tan juntos que no, ni una grieta cabía entre nosotros. Ese es el punto, el paso definitivo hacia la construcción de “nuestra vida”.

Sí, la construimos –y muy bien por cierto-, tenemos unos hijos maravillosos, te has desvivido por nosotros, lo has dado todo, pero… yo también. Lo correcto sería decir que todos nos hemos desvivido por “lo nuestro”.

Escucha, yo no salí a otear el horizonte ni a olfatear. Yo un día salí, como tantos otros, y volví con una emoción nueva. Yo no salí con la idea preconcebida de hacer daño, créeme, NO quería ni quiero hacer daño.

¿Has escuchado?, dije “hacer” y ahora que analizo, “hacer”, no “hacerte”, implica que tampoco me quiero hacer daño yo. Dime por qué no puedo vivir lo que me parece sería mi felicidad.

Empiezo mi relación con Ella mientras intento terminar con mi matrimonio pero todo se complica.

Es tan maravilloso estar con Ella, tan distinto a todo, tan realmente irreal que a veces me pregunto… ¿es cierto?, ¿se puede ser feliz?. Pero… no, no es cierto. Tras varios intentos y reintentos sólo consigo que Ella no crea en mí, que se instale en su corazón una absoluta falta de fe en mí, de modo que una vez más –qué dolor-, vuelvo a casa con una foto fija en la retina pero otra bien distinta en el corazón.

¿Quién me creo para intentar tener algo distinto a lo reflejado en la historia por gente sin sentimientos, gente que con la vara en la mano se dedica a predicar lo que hay que hacer sin haberlo probado?

Cuando el corazón me reclama su sitio, me acaricio el pecho mientras abro más y más los ojos hasta que se me llenan de agujas y sólo puedo cerrarlos para que la humedad los relaje. –No, no lloro, es escozor-.

El problema de acallar el corazón es que éste se inventa su propia historia para paliar la ansiedad con sensaciones intangibles, pero… si son intangibles, ¿por qué a veces me despierto con la sensación de haber tocado lo que hoy tengo prohibido?. Cada vez con más fuerza se establece en tu vida un “¿y si fuera ella?”.

¿Por qué no se me permite llorar?, otra vez me digo… ¿dónde está escrito y quién, quién decidió que es indigno e inapropiado mostrar las emociones?. ¿Por qué existen si hay que ocultarlas?, ¿qué finalidad tienen si no pueden vivirse como uno quisiera?. Quizá la de recordarte un día tras otro, una hora tras otra, que eres INFELIZ.

¿De verdad me quieres?, déjame equivocarme, déjame ir.

Al final ganó el desamor.

Sigo con la foto en la retina y el dolor en el corazón. Reconozco que es lo más cómodo, pero no lo que ansío.

Y ¿de dónde salió ésta mocosa que me marea con su ametralladora?.

Ya no sé que decir, quizá su inagotable imaginación me bloquea la mente, quizá su ansia por encontrarse, despierta en mí lo que hace tan poco yo también pretendía.

Se está bien a su lado, por fin puedo decir que tengo una amiga. Realmente me sincero con ella, hasta tal punto, que puedo resultar dañino, pero ella está ahí tan desinteresadamente, no para de repetir No por favor, no dejes de contármelo, si lo hicieras, ya no seríamos amigos. ¿Desde cuando a un amigo no se le puede contar todo lo que uno necesita contar?. No por favor no lo hagas, no dejes de hacerlo-.

¿Hasta dónde llega su necesidad de tener a quién contar?.

Pero… pero ¿dónde diablos me he metido?.  ¿Sigo siendo yo?. Ya no me quedan órganos que analizar.

La retina, el corazón y a mi amiga, ¿dónde la ubico?. La ternura no es un órgano, pero me parece que es lo que despierta en mí.

¿Tengo pocos problemas para dejarme llevar por el torbellino?. Hacía tiempo que no me sentía así, en cierta forma me siento libre, libre porque no me ata.

¿Sabes?, mi obstinado corazón sigue en Ella, ¿y si fuera ella?. ¿Será obsesión o será el destino?. ¿Por qué nos equivocamos?, ¿por qué tenemos la capacidad de elegir?.

Mi retina sigue fija en la misma foto, foto que ya no me dice nada, pero y mi corazón… Ah! sigue reclamando su sitio en este mundo loco.

La ametralladora me dice que no debo renunciar, o sea que si renuncio, renuncio con todas las consecuencias, pero dado que mi corazón se resiste, le dé lo que podría ser mi última oportunidad.

¡A por todas corazón!. ¡Rompe de una vez tus ataduras!.

¿Es duro?, pues claro. Muy, muy duro. Es un dolor, una soledad, una sensación de… abandono…, traición…, desprecio…, fracaso, el más estrepitoso. Toda una vida por y para ti y ahora… ¿tan mal lo he hecho?. No cariño, no es eso créeme, es solo que… se acabó el amor, pero si de verdad me quieres, te pido, te suplico que sin más me dejes ir. ¿No crees que es preferible no estar con quien no quiere estar contigo?.

Ahí estoy ahora, con la verdad encima de la mesa de mi casa, en aparente inicio de trámites.

¿Trámites?. Todos a la vez, finiquitar toda una vida e invitar a la que aparqué en mi corazón para que vuelva a palpitar. ¿Conseguiré que recupere la fe en mí?, ¿conseguiré siquiera tomar una café con Ella?.

Todo tiene caducidad, ¿por qué?. Si me caso porque amo, ¿dónde estaba la fecha de caducidad?, ¿por qué no se nos mostró?. Si llegado el día me enamoro de tal manera que me planteo si alguna vez lo estuve, ¿en que parte está impresa la fecha de caducidad?. En el fondo, si la propia vida tiene caducidad, ¿que nos hace pensar que lo que la hace existir no la tiene?.

Tras mirarme de nuevo el ombligo, no encuentro en esta situación comprensión alguna ni sensibilidad a los infortunios ajenos, sí a los propios pero no a los ajenos, por lo que no puedo dejar de plantearme si realmente el mundo que vivimos tiene algo de humano.  

martes, 22 de mayo de 2012

Minerva


Minerva era una chica felizmente casada o eso creía ella. El marido cariñoso pero tan, tan egoísta que se cree que agotó el amor de su mujer, se fue consumiendo poco a poco, tan imperceptiblemente como cuando hace mucho que no te fijas en alguien y de repente dices “como te creció el pelo”, pues de repente se planteó “si hace dos días me moría por sus huesos, ¿cuándo el abismo que hoy nos separa nos ha empujado en sentidos opuestos?”.

Sólo sabe que se siente triste, sola, tremendamente triste y muy, muy sola, imbécil por seguir ahí – ¿y si me necesita? - piensa ella… y él, libre, cada vez más libre y egoísta, cada vez más egoísta.

¿Su vida?, de casa al trabajo, del trabajo casa.

Llega a casa y siempre la encuentra vacía, no puede hablar con nadie porque prácticamente nunca hay nadie, ya va para cuatro años y de repente…. ¿qué se sentirá llegando a una casa en la que se pueda decir hola y que alguien te conteste?, así que decide quedarse a trabajar hasta que la llamen para preguntar, ¿dónde estás?, ¿todo bien?. Después de argumentar el motivo por el que se había quedado en la oficina y después de escuchar un ¿a quién te estás tirando?, decide irse a casa, y como no podía ser de otra manera, la encontró sino vacía, sí silenciosa ya que el marido enfadado por no encontrarla, se acostó sin esperarla, sin sacar a los perros, sin cenar. Una vez más llegó y al decir hola recibió el silencio acostumbrado.

Como tenía que ser, cansada de ver pasar los años le dice que se quiere divorciar y recibe tamaña bofetada en su dignidad, que sin entenderlo decide continuar, aunque como ya es sabido, la venganza es un plato que se sirve frío, por lo que 4 años más tarde y a las 6 de la mañana recibe un “por cierto, me quiero separar, lo sabes, no?” y por arte de magia y de la noche a la mañana su marido se ha convertido en un marido soltero y entonces ella se da cuenta de que la soledad que creía sentir no era más que una sombra de la verdadera soledad. Y se pregunta constantemente, ¿qué pasó?, ¿cuándo pasó?, y ¿no nos dimos cuenta?, pero…. ¿qué pasó?. Y no es que le pese pero… ¿qué pasó?.

Como casi todo el mundo, ella tiene un amigo, el único que se salvó de la quema… no, no es así, de la quema no se salvó ninguno,  todos se perdieron por no ser del agrado de su marido. Este es nuevo, apareció de repente y poco a poco se fueron acercando. ¿Su nombre? Diego.

¿Cuántas camisas habrá escurrido el pobre Diego después de recoger las lágrimas de Minerva?, cuántas veces se habrá preguntado… ¿por qué no despierta?, ¿es que no se da cuenta?. Comparten alguna comida de vez en cuando, casi siempre cuando ella muy desamparada le llama diciendo… te invito a un vino, ¿estás por mi zona?, ¿comes conmigo?. Diego siempre tan sereno, tan relajante para el nerviosismo de Minerva y tan, tan discreto, midiendo sus palabras, dándole lo que a su entender debe recibir Minerva, calma, paz, tranquilidad. Tranquila, se te pasará –le dice-, un bajón en tu estado de ánimo es normal, los tendrás de vez en cuando, pero es bueno ver que eres conocedora de tu situación y que tú misma dices, bueno mañana se me habrá pasado.

Hoy pensando, le viene a la memoria aquel día en el que compartiendo una comida en la que predominaban las risas, Diego dice algo que a Minerva le recuerda lo que en ese momento está haciendo su marido y rompe a llorar mientras le dice – ¿por qué me lo has recordado?, me has fastidiado la comida con lo bien que me lo estaba pasando… Cuando en la puerta del bar se despiden, ante la sorpresa de Minerva, cuál vulgar bomba oye decir a Diego, "tú lo que tienes que hacer es separarte". Todavía hoy Minerva no da crédito a aquellas palabras que no tuvo en consideración en su momento, pero sobre todo porque contra todo pronóstico se las dijo Diego, tan aséptico como lo creía.

Si fueran más jóvenes y sus circunstancias fueran otras, serían absolutamente inseparables, comparten tantos pensamientos, tantas aficiones, comparten tantas cosas que como no podría ser de otra manera, Diego se va haciendo imprescindible en la vida de Minerva, ella nota como su presencia la serena, nota como escucharle por teléfono la calma. Cuántos ataques de ansiedad ha paralizado un ring-ring de su teléfono tras comprobar que en la pantalla pone Diego.

Y la gran pregunta que tras un año con nuevo estado civil se hace es… ¿por qué con el tiempo te encariñas de otra persona?, una persona a la que te une una auténtica amistad,  y ¿por qué no tuve esto con mi marido?, por qué soy tan libre ahora y antes…, ¿porqué ahora que sé, no soy capaz?, por qué la vida te lo pone delante pero sin lo suficiente para hacer frente y conseguir decir… ¡Por fin!.

Y será que está en su tiempo de descuento y que será cierto aquello de que al hacerse viejos se deshacen los pasos dados al nacer, vuelve a estar en su boca un constante y permanente… ¿Por qué?